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Figura clave del ballet soviético y director artístico de la prestigiosa casa moscovita, el coreógrafo celebra sus 91 años

La reciente celebración de su onomástica nos impulsa a dedicar unas líneas a la figura del ballet soviético Yuri Grigorovich (Leningrado, 1927), quien fuera director del Bolshoi durante tres décadas y cuya aportación afortunadamente comienza a revisarse y a valorarse, en especial en su país. Igor Yebra confiesa con una mezcla de agradecimiento y devoción, haber bebido de esa fuente que es Grigorovich de cuyo repertorio ha tenido la oportunidad de interpretar El Corsario, Romeo y Julieta e Iván, el Terrible. “’Romeo y Julieta’ es un rol en el que siempre me he sentido cómodo en todas las versiones que he podido interpretar, que son muchas. E ‘Iván, el Terrible’ es un sueño hecho realidad. Es un ballet tan potente que no tienes ni margen para ver si puedes estar cómodo o no puedes estar cómodo. Es disfrutar al máximo”, explica la estrella bilbaína.

El legado de Grigorovich

A su juicio, la importancia del legado creativo de Grigorovich radica en su papel fundamental para el ballet ruso. “Después de Petipa, que fue quien puso en pie el gran ballet de repertorio clásico en San Petersburgo y el que marcó una línea, al igual que académicamente la línea la dictó Vaganova, Grigorovich hizo un poco lo mismo en Moscú. Además son los dos polos y eran dos escuelas totalmente diferenciadas. Teníamos la pulcritud en la ejecución, en el movimiento, el ballet clásico por antonomasia de Petipa, y el ballet heroico de Grigorovich. Desgraciadamente, a Grigorovich se le está empezando a valorar en su justa medida a día de hoy. Quizás tuvo que pagar un poco el hecho de haber sido el coreógrafo y el director de ballet del Bolshoi en la época soviética. Pues sí, sus ballets sí tienen un mensaje soviético, comunitario, heroico, que era lo que le correspondía en su tiempo, lo que tenía que transmitir. Entonces dejó de ser director casi al mismo tiempo en el que cayó aquello. Durante un tiempo estuvo un poco relegado, porque se le achacaba ese tipo de conexión, cuando Grigorovich va más lejos de todo eso. La época dorada del Bolshoi -ahora ha tenido un momento espléndido y seguirá teniéndolos- fue durante su dirección. Cometería fallos como cometemos todos, pero es indudable que en su época, encima del escenario, podías ver a Maya Plisetskaya, Bessmértnova, Vasiliev, Mikhail Lavrovsky, Vladimirov, Andris Liepa, unos bailarines impresionantes y reconocidos mundialmente. Por lo tanto, ahí queda eso y ahora, poco a poco, se le va reconociendo eso y, sobre todo, en su país que es lo más importante”, comenta Yebra.  “Sus ballets son difíciles que los puedan hacer todas las compañías. Son ballets creados para una compañía gigantesca. Utiliza mucho lo que son las danzas de carácter y del folclore ruso en el Cuerpo de Baile. Hoy día los bailarines son más limpios, más pulcros, van más hacia una técnica más depurada, al contrario de esa animalidad o salvajismo que él impone en sus coreografías. Y luego a nivel interpretativo, que demanda el máximo de todos y cada uno de los personajes que actúan”, añade.

Cintas en VHS

El primer contacto que tuvo Igor Yebra con el trabajo de Yuri Grigorovich fue a través de las cintas en VHS, “porque en la época en la que yo empecé a estudiar ballet, era muy difícil encontrar filmaciones de ballet”, siendo su ídolo Fred Astaire. “Lo que más había era el famoso vídeo de ‘Espartaco’ con el Bolshoi e ‘Iván, el Terrible’ o el ‘Don Quijote’ de Baryshnikov. Eso es lo que veíamos todos los que nos queríamos dedicar al ballet: rebobinábamos y tirábamos para adelante y para detrás”. La forma de grabación de esos dos primeros vídeos fue lo primero que le llamó la atención de un joven Yebra, “estaban hechos en plan película de Hollywood: en un plató y con tomas cercanas”. Pero, sobre todo, la parte interpretativa, “que era una maravilla. Siempre he dicho que lo que más me atraía de la danza era la parte actoral porque en esos vídeos, la interpretación es más importante realmente que la técnica y eso que la técnica que se hace ahí es maravillosa. Aparte son ballets de una masculinidad que parece increíble. Se habla mucho de la importancia que Béjart dio al hombre, pero, al mismo tiempo, Grigorovich en la Unión Soviética le daba un papel principal y de protagonismo”.

Los huevos fritos de Bessmértnova

El sueño se hizo realidad para Igor Yebra quien pudo trabajar con Yuri Grigorovich y conocer de primera mano a su esposa, la prima ballerina Natalia Bessmértnova (1941-2008). Famosa es la anécdota de que la otrora estrella del Bolshoi hizo unos huevos fritos en su cocina moscovita a Yebra cuando éste se encontraba ensayando Iván, el Terrible. “De su mujer, sólo puedo hablar a nivel afectivo y personal, desde el primer encuentro en su casa, que es esa foto que tenemos ahí. Aquello terminó sentados en su cocina y ella cocinándome unos huevos fritos, porque se había enterado de que me habían tenido todo el día trabajando en el Bolshoi, ensayando ‘Iván, el Terrible’, y me habían tenido sin comer. Lo primero que preguntó fue ‘pero este chico, ¿ha comido?’. Cuando le dijeron que no había comido, me sentó e hizo unos huevos fritos y un trozo de pan. A mí me daba absolutamente lo mismo, yo estaba extra-alimentado con todo el arte y todo lo que yo estaba viviendo en aquellos momentos, no necesitaba ni comer. Serán igual junto a los huevos fritos que me hacía mi abuela, los huevos fritos que más he recordado y recordaré en toda mi vida, porque qué cosa más maravillosa que una estrella mundial de la danza te reciba de esa manera y te haga unos huevos fritos con todo su amor y toda su ternura. Ella fue una gran bailarina y tuvo también sus detractores, cómo no, porque en aquella época la competencia que había dentro de la compañía era salvaje y encima ella era la mujer del director y un director que llevó su compañía con una mano férrea. Hay mucha gente que no estaría de acuerdo con él ni con ella, pero yo sólo puedo decir que a mí me trataron y especialmente ella, de una manera increíblemente”, finaliza con esta divertida vivencia Igor Yebra.

Un breve apunte sobre Yuri Grigorovich. Nacido en Leningrado –actual San Petersburgo- el 2 de enero de 1927 en el seno de una familia relacionada con el Ballet Imperial Ruso, Yuri Nicolayevich Grigorovich (en ruso,  Юрий Николаевич Григорович) se graduó en la Escuela de Coreografía de su ciudad natal en 1946. Como solista estuvo vinculado al Ballet Kirov desde su graduación hasta 1962. Empezó a despuntar como coreógrafo con las obras The Stone Flower (1957) y The Legend of Love (1961). Ostentó la dirección artística del Teatro Bolshoi de Moscú entre 1964 y 1995, época en la que destacaron sus producciones de El Cascanueces (1966), Espartaco (1967) e Iván, el Terrible (1975). Su versión de El Lago de los Cisnes (1984) desató una polémica al reorientar el argumento hacia un final feliz. Tras su marcha del Bolshoi, coreografió para varias formaciones rusas y fundó su propia compañía asentada en Krasnodar. Estuvo casado con la prima ballerina Natalia Bessmértnova (1941-2008), musa de sus creaciones en el Teatro Bolshoi. A su fallecimiento, le ofrecieron a Grigorovich la posibilidad de retornar al Bolshoi como maestro de ballet y coreógrafo.

Carla Fracci e Igor Yebra, «El Lago de los Cisnes». Roma, 2004. © Corrado Maria Falsini.

Un encuentro casual puso a la prima ballerina Carla Fracci en el camino de Igor Yebra y le cambió la vida

Bilbao. Teatro Arriaga, 28 de abril de 1988. Se levanta por primera vez el telón para el Ballet de Víctor Ullate. Entre ese grupo de jóvenes bailarines se encuentra un adolescente bilbaíno con madera de primer bailarín. Así fue el debut profesional de Igor Yebra y, hoy día, es el único bailarín en activo de ese elenco que paladeó el escenario por primera vez en el Arriaga. A lo largo de su dilatada y prolífica carrera profesional, ha habido éxitos, aplausos, lesiones, etcétera. En un momento de crisis existencial, el escritor Antonio Gala le escribió una carta en la que afirmaba: «Tú sólo saldrás de ese bache el día que comprendas que lo que tienes no es un trabajo, es una vocación».

Enfocando su carrera como una vocación y bajo la triple premisa de pasión, constancia y dedicación, Igor Yebra dio un viraje a su trayectoria en la que el azar también puso su granito de arena. En un momento de su carrera en la que hubo un impasse, «en el que yo iba a dejar de bailar», Igor bailó en un espectáculo en Roma al que acudió Beppe Menegatti, marido de Carla Fracci, que le dijo: «Carla te ha estado buscando durante años, pero no sabíamos cómo dar contigo. Déjame tu número de teléfono y te vamos a llamar para que vengas. A las dos semanas, recibí la llamada de Bárbara Gronchi -otra de la personas de ese círculo a las que tanto estimo- diciéndome que tenía que ir al mes siguiente a bailar en Roma. Imaginaos lo que supone. Eso cambió mi vida: de haberlo dejado todo a volver».

Otra constante en su carrera es el profundo respeto hacia el valor de los maestros. Igor considera que los tres grandes pilares de su trayectoria son Charles Jude (escuela francesa), Yuri Grigorovich (escuela rusa) y Carla Fracci (escuela italiana), «son personas que el día que desaparezcan, que espero que sea lo más tarde posible, pasan a formar parte del Olimpo de los dioses de la danza», asegura. «Cuando personas así confían en ti, te dan trabajo, cariño y admiración, son todo. Cuando miras la danza como yo la miro, como una vocación, son como padres para ti. Son parte de ti, tú no puedes decepcionar a esas personas. Y porque han tenido una confianza ciega y absoluta en mí. Carla, he comido con ella, en su casa, he bailado con ella, me han invitado continuamente al Ballet de la Ópera de Roma. Quien conoce cómo funciona la burocracia en Italia, hacerlo de esa manera significa todo lo que ha apostado por mí«, afirma con un profundo agradecimiento hacia la figura de la prima ballerina Carla Fracci.

Y continúa: «Durante diez años con la Ópera de Roma durante la época de Carla Fracci y todos estos años con la Ópera de Burdeos, ahí estaba todos estos años y en un montón de producciones. Es de las cosas que me hacen sentir bien conmigo mismo y con el trabajo. ¿Por qué? Porque no estamos hablando de directores de compañía cualquiera. Estamos hablando de Carla Fracci, la representante de la danza en Italia. Una persona que sabe y su marido que es muy especial, que sabe más de danza él que ella. Estamos hablando de Charles Jude, una estrella de la Ópera de París, heredero directo de Rudolf Nureyev, una de las personas más importantes de la danza en Francia«.

Una pincelada sobre Carla Fracci. Nacida en Milán, Carla Fracci es considerada una de las grandes prima ballerinas clásicas de mitad del siglo XX. Apodada como `la Eleanora Duse de la danza´, es una de las primeras bailarinas italianas más reconocidas con una amplia trayectoria a sus espaldas. Debutó a los diez años en la escuela de ballet del Teatro de La Scala de Milán bajo las directrices de Vera Volkova, donde se graduó en 1954. Entró a formar parte de la compañía en la que llegó a ser primera bailarina, aunque también desarrolló una carrera internacional en otras formaciones internacionales como The Royal Ballet de Londres, el Stuttgart Ballet y el American Ballet Theatre. Destacan sus interpretaciones en obras como «Romeo y Julieta», «Giselle» y «La Sylphide». Contó con los grandes partenaires de su generación como Rudolf Nureyev, Mikhail Baryshnikov y Erik Bruhn, entre otros. Carla Fracci, que también apareció en la gran pantalla en las películas Nijinsky y Verdi, fue directora del Ballet de Nápoles, el de Verona y del Ballet de la Ópera de Roma. En 2004 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de la FAO.

Tras la representación de «El Pájaro de Fuego» en la que participó Igor Yebra, los saludos finales con Carla Fracci. Roma. © Corrado Maria Falsini.