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El Ballet Nacional Sodre de Uruguay, dirigido por Igor Yebra, presenta mañana la premiada producción coreografiada por Anna-Marie Holmes

Igor Yebra y Hugo Millán en la rueda de prensa de presentación de ‘El Corsario’. Montevideo, 16 Abril 2018 © Foto BNS.

Tras el éxito de La Bella Durmiente con la que el Ballet Nacional del Sodre, bajo la dirección artística de Igor Yebra, arrancó la temporada, llega el turno ahora para la reposición de la producción de El Corsario. Del 17 al 27 de mayo, el Auditorio Nacional acogerá el espectáculo por cuya escenografía Hugo Millán acaba de recibir el Hong Kong Dance Award.

Basándose en el poema The Corsair de Lord Byron, Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges firmó el libreto original que desembocó en la primera versión del ballet coreografiada por Joseph Mazilier sobre la partitura original de Adolphe Adam. El estreno tuvo lugar en la Ópera de París, el 23 de junio de 1856. Esta obra se incorporó al repertorio internacional gracias a las cuatro versiones que realizó Marius Petipa para el Ballet Imperial Ruso, para las que añadió nuevos arreglos orquestales de Cesare Pugni, Léo Delibes y Ricardo Drigo (grand pas de deux classique para la Prima Ballerina Assoluta Pierina Legnani, estrenado en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, 13 de enero de 1899 y popularizado en el siglo XX por las parejas Margot Fonteyn-Rudolf Nureyev, Ekaterina Maximova-Vladimir Vassiliev, Gelsey Kirkland-Mikhail Baryshnikov).

A sugerencia de la esposa de Konstantin Sergeyev (autor de una versión para el Ballet Kirov en 1973), Natalia Dudinskaya, Anna-Marie Holmes creó una producción para el Boston Ballet en 1992, para la que contó con la ayuda de la propia Dudinskaya, Tatiana Terekhova, Sergei Berezhnoi, Tatiana Legat y Vadim Disnitsky. Un año después, el American Ballet Theatre alquiló esa producción y vía Julio Bocca, ex Bailarín Principal de ABT, ésta llegó a Montevideo en 2013. Una historia de amor, exotismo y piratas que arriban a Montevideo con la intención de rubricar el éxito de la primera producción de la temporada.

LOS DATOS

Obra: El Corsario.
Coreografía: Anna-Marie Holmes.
Interpreta: Ballet Nacional Sodre, Uruguay.
Director artístico: Igor Yebra.
Música: Adolphe Adam y otros.
Orquestación: Kevin Galiè.
Libreto original: Jules-Henri Vernoy de Saint-Georges.
Asistente coordinación vestuario: Isabel Pintos.
Escenografía y vestuario: Hugo Millán.
Proyecciones: Leonardo Scarone.
Iluminación: Sebastián Marrero.
Stage manager: Martín Ezequiel Segovia.
Asistente stage manager: Maite Gómez.
Entradas: desde $ 60.

Para más información de PRENSA, Dossier Prensa_El Corsario-BNS

Figura clave del ballet soviético y director artístico de la prestigiosa casa moscovita, el coreógrafo celebra sus 91 años

La reciente celebración de su onomástica nos impulsa a dedicar unas líneas a la figura del ballet soviético Yuri Grigorovich (Leningrado, 1927), quien fuera director del Bolshoi durante tres décadas y cuya aportación afortunadamente comienza a revisarse y a valorarse, en especial en su país. Igor Yebra confiesa con una mezcla de agradecimiento y devoción, haber bebido de esa fuente que es Grigorovich de cuyo repertorio ha tenido la oportunidad de interpretar El Corsario, Romeo y Julieta e Iván, el Terrible. “’Romeo y Julieta’ es un rol en el que siempre me he sentido cómodo en todas las versiones que he podido interpretar, que son muchas. E ‘Iván, el Terrible’ es un sueño hecho realidad. Es un ballet tan potente que no tienes ni margen para ver si puedes estar cómodo o no puedes estar cómodo. Es disfrutar al máximo”, explica la estrella bilbaína.

El legado de Grigorovich

A su juicio, la importancia del legado creativo de Grigorovich radica en su papel fundamental para el ballet ruso. “Después de Petipa, que fue quien puso en pie el gran ballet de repertorio clásico en San Petersburgo y el que marcó una línea, al igual que académicamente la línea la dictó Vaganova, Grigorovich hizo un poco lo mismo en Moscú. Además son los dos polos y eran dos escuelas totalmente diferenciadas. Teníamos la pulcritud en la ejecución, en el movimiento, el ballet clásico por antonomasia de Petipa, y el ballet heroico de Grigorovich. Desgraciadamente, a Grigorovich se le está empezando a valorar en su justa medida a día de hoy. Quizás tuvo que pagar un poco el hecho de haber sido el coreógrafo y el director de ballet del Bolshoi en la época soviética. Pues sí, sus ballets sí tienen un mensaje soviético, comunitario, heroico, que era lo que le correspondía en su tiempo, lo que tenía que transmitir. Entonces dejó de ser director casi al mismo tiempo en el que cayó aquello. Durante un tiempo estuvo un poco relegado, porque se le achacaba ese tipo de conexión, cuando Grigorovich va más lejos de todo eso. La época dorada del Bolshoi -ahora ha tenido un momento espléndido y seguirá teniéndolos- fue durante su dirección. Cometería fallos como cometemos todos, pero es indudable que en su época, encima del escenario, podías ver a Maya Plisetskaya, Bessmértnova, Vasiliev, Mikhail Lavrovsky, Vladimirov, Andris Liepa, unos bailarines impresionantes y reconocidos mundialmente. Por lo tanto, ahí queda eso y ahora, poco a poco, se le va reconociendo eso y, sobre todo, en su país que es lo más importante”, comenta Yebra.  “Sus ballets son difíciles que los puedan hacer todas las compañías. Son ballets creados para una compañía gigantesca. Utiliza mucho lo que son las danzas de carácter y del folclore ruso en el Cuerpo de Baile. Hoy día los bailarines son más limpios, más pulcros, van más hacia una técnica más depurada, al contrario de esa animalidad o salvajismo que él impone en sus coreografías. Y luego a nivel interpretativo, que demanda el máximo de todos y cada uno de los personajes que actúan”, añade.

Cintas en VHS

El primer contacto que tuvo Igor Yebra con el trabajo de Yuri Grigorovich fue a través de las cintas en VHS, “porque en la época en la que yo empecé a estudiar ballet, era muy difícil encontrar filmaciones de ballet”, siendo su ídolo Fred Astaire. “Lo que más había era el famoso vídeo de ‘Espartaco’ con el Bolshoi e ‘Iván, el Terrible’ o el ‘Don Quijote’ de Baryshnikov. Eso es lo que veíamos todos los que nos queríamos dedicar al ballet: rebobinábamos y tirábamos para adelante y para detrás”. La forma de grabación de esos dos primeros vídeos fue lo primero que le llamó la atención de un joven Yebra, “estaban hechos en plan película de Hollywood: en un plató y con tomas cercanas”. Pero, sobre todo, la parte interpretativa, “que era una maravilla. Siempre he dicho que lo que más me atraía de la danza era la parte actoral porque en esos vídeos, la interpretación es más importante realmente que la técnica y eso que la técnica que se hace ahí es maravillosa. Aparte son ballets de una masculinidad que parece increíble. Se habla mucho de la importancia que Béjart dio al hombre, pero, al mismo tiempo, Grigorovich en la Unión Soviética le daba un papel principal y de protagonismo”.

Los huevos fritos de Bessmértnova

El sueño se hizo realidad para Igor Yebra quien pudo trabajar con Yuri Grigorovich y conocer de primera mano a su esposa, la prima ballerina Natalia Bessmértnova (1941-2008). Famosa es la anécdota de que la otrora estrella del Bolshoi hizo unos huevos fritos en su cocina moscovita a Yebra cuando éste se encontraba ensayando Iván, el Terrible. “De su mujer, sólo puedo hablar a nivel afectivo y personal, desde el primer encuentro en su casa, que es esa foto que tenemos ahí. Aquello terminó sentados en su cocina y ella cocinándome unos huevos fritos, porque se había enterado de que me habían tenido todo el día trabajando en el Bolshoi, ensayando ‘Iván, el Terrible’, y me habían tenido sin comer. Lo primero que preguntó fue ‘pero este chico, ¿ha comido?’. Cuando le dijeron que no había comido, me sentó e hizo unos huevos fritos y un trozo de pan. A mí me daba absolutamente lo mismo, yo estaba extra-alimentado con todo el arte y todo lo que yo estaba viviendo en aquellos momentos, no necesitaba ni comer. Serán igual junto a los huevos fritos que me hacía mi abuela, los huevos fritos que más he recordado y recordaré en toda mi vida, porque qué cosa más maravillosa que una estrella mundial de la danza te reciba de esa manera y te haga unos huevos fritos con todo su amor y toda su ternura. Ella fue una gran bailarina y tuvo también sus detractores, cómo no, porque en aquella época la competencia que había dentro de la compañía era salvaje y encima ella era la mujer del director y un director que llevó su compañía con una mano férrea. Hay mucha gente que no estaría de acuerdo con él ni con ella, pero yo sólo puedo decir que a mí me trataron y especialmente ella, de una manera increíblemente”, finaliza con esta divertida vivencia Igor Yebra.

Un breve apunte sobre Yuri Grigorovich. Nacido en Leningrado –actual San Petersburgo- el 2 de enero de 1927 en el seno de una familia relacionada con el Ballet Imperial Ruso, Yuri Nicolayevich Grigorovich (en ruso,  Юрий Николаевич Григорович) se graduó en la Escuela de Coreografía de su ciudad natal en 1946. Como solista estuvo vinculado al Ballet Kirov desde su graduación hasta 1962. Empezó a despuntar como coreógrafo con las obras The Stone Flower (1957) y The Legend of Love (1961). Ostentó la dirección artística del Teatro Bolshoi de Moscú entre 1964 y 1995, época en la que destacaron sus producciones de El Cascanueces (1966), Espartaco (1967) e Iván, el Terrible (1975). Su versión de El Lago de los Cisnes (1984) desató una polémica al reorientar el argumento hacia un final feliz. Tras su marcha del Bolshoi, coreografió para varias formaciones rusas y fundó su propia compañía asentada en Krasnodar. Estuvo casado con la prima ballerina Natalia Bessmértnova (1941-2008), musa de sus creaciones en el Teatro Bolshoi. A su fallecimiento, le ofrecieron a Grigorovich la posibilidad de retornar al Bolshoi como maestro de ballet y coreógrafo.