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Dirigido por Igor Yebra, el Ballet Nacional Sodre de Uruguay clausura la exposición de Picasso con el programa Noche francesa

El Museo Nacional de las Artes Visuales de Montevideo ha dedicado una amplia retrospectiva al artista español Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), que finaliza el próximo 30 de junio. Bajo la dirección artística de Igor Yebra, el Ballet Nacional Sodre de Uruguay colabora en los actos de clausura de la exposición, gracias al espectáculo Noche francesa, un programa compuesto por las obras El sombrero de tres picos (1919), con coreografía de Léonide Massine, y Suite en Blanc (1943), creada por Serge Lifar. El Auditorio Nacional del Sodre acogerá las funciones desde el sábado 22 de junio hasta el día 29.

El sombrero de tres picos. Ensayos. Lorca Massine con la compañía uruguaya. © BNS.

El sombrero de tres picos. Los míticos Ballets Rusos de Diaghilev estrenaron esta obra en el Alhambra Theatre de Londres, el 22 de julio de 1919. Basada en la novela homónima de Pedro Antonio de Alarcón, el libreto fue realizado por María Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra y la partitura fue compuesta por Manuel de Falla. Segunda colaboración de Pablo Picasso con los Ballets Rusos de Diaghilev tras Parade (1917), la escenografía y el vestuario original de El sombrero de tres picos empleaba tonos verdes, rosas, rojo y negro, en una evocación de España. Además, para el vestuario, Picasso había utilizado instintivamente curvas y zig-zags, motivos característicos de los carros de los campesinos españoles, ritmos que descienden probablemente de los arabescos caligráficos árabes. Los papeles protagonistas del estreno fueron interpretados por Tamara Karsavina (molinera) y por el propio coreógrafo Léonide Massine (molinero). Un siglo después de su creación, su hijo, el también coreógrafo Lorca Massine ha sido el responsable de reponer la obra para el Ballet Nacional Sodre de Uruguay.

Suite en Blanc. Ensayos. Charles Jude e Igor Yebra durante el trabajo de reposición. © BNS.

Suite en Blanc. El Ballet de la Ópera de París fue el responsable de estrenar esta obra, un 19 de junio de 1943, en el Grand Théâtre de Zúrich, siendo presentada en la capital francesa un mes después. Ballet sin argumento, es una suite de diez estudios coreográficos sin nexo de acción, bailados por numerosos solistas y cuerpo de baile, en diferentes formaciones (solos, pasos a dos, trío, etcétera). Se considera Suite en Blanc un exponente del virtuosismo de la escuela francesa y una de las piedras angulares del estilo neoclásico que abrió un nuevo camino en la danza académica gala. Basada en Namouna -una obra compuesta para Marius Petipa, en 1881-, de Edouard Lalo, la coreografía de Serge Lifar (1905-1986) aspiraba a desarrollar una pieza de «danza pura».

«’Suite en Blanc’ es un verdadero desfile técnico, una revisión de la evolución de la danza académica durante años, un proyecto presentado en el futuro por el coreógrafo de hoy … Al componer ‘Suite en Blanc’, me preocupaba la danza pura, independientemente de cualquier otra consideración; Quería crear unas hermosas visiones que no tuvieran nada artificial ni de cerebral. El resultado es una sucesión de pequeños estudios técnicos y de atajos coreográficos independientes entre sí, relacionados entre sí por el mismo estilo neoclásico», aseguró Lifar. Suite en Blanc es, por lo tanto, una magnífica demostración de este estilo neoclásico que Lifar introdujo en Francia. Para el montaje de la obra, el Ballet Nacional Sodre de Uruguay ha contado con Charles Jude, ex estrella del Ballet de la Ópera de París y ex director del Ballet de la Ópera de Burdeos, compañía de la que Igor Yebra fue bailarín estrella durante una década.

El Ballet Nacional Sodre de Uruguay presenta la «Noche francesa». ©Foto: BNS.

Carla Fracci e Igor Yebra, «El Lago de los Cisnes». Roma, 2004. © Corrado Maria Falsini.

Un encuentro casual puso a la prima ballerina Carla Fracci en el camino de Igor Yebra y le cambió la vida

Bilbao. Teatro Arriaga, 28 de abril de 1988. Se levanta por primera vez el telón para el Ballet de Víctor Ullate. Entre ese grupo de jóvenes bailarines se encuentra un adolescente bilbaíno con madera de primer bailarín. Así fue el debut profesional de Igor Yebra y, hoy día, es el único bailarín en activo de ese elenco que paladeó el escenario por primera vez en el Arriaga. A lo largo de su dilatada y prolífica carrera profesional, ha habido éxitos, aplausos, lesiones, etcétera. En un momento de crisis existencial, el escritor Antonio Gala le escribió una carta en la que afirmaba: «Tú sólo saldrás de ese bache el día que comprendas que lo que tienes no es un trabajo, es una vocación».

Enfocando su carrera como una vocación y bajo la triple premisa de pasión, constancia y dedicación, Igor Yebra dio un viraje a su trayectoria en la que el azar también puso su granito de arena. En un momento de su carrera en la que hubo un impasse, «en el que yo iba a dejar de bailar», Igor bailó en un espectáculo en Roma al que acudió Beppe Menegatti, marido de Carla Fracci, que le dijo: «Carla te ha estado buscando durante años, pero no sabíamos cómo dar contigo. Déjame tu número de teléfono y te vamos a llamar para que vengas. A las dos semanas, recibí la llamada de Bárbara Gronchi -otra de la personas de ese círculo a las que tanto estimo- diciéndome que tenía que ir al mes siguiente a bailar en Roma. Imaginaos lo que supone. Eso cambió mi vida: de haberlo dejado todo a volver».

Otra constante en su carrera es el profundo respeto hacia el valor de los maestros. Igor considera que los tres grandes pilares de su trayectoria son Charles Jude (escuela francesa), Yuri Grigorovich (escuela rusa) y Carla Fracci (escuela italiana), «son personas que el día que desaparezcan, que espero que sea lo más tarde posible, pasan a formar parte del Olimpo de los dioses de la danza», asegura. «Cuando personas así confían en ti, te dan trabajo, cariño y admiración, son todo. Cuando miras la danza como yo la miro, como una vocación, son como padres para ti. Son parte de ti, tú no puedes decepcionar a esas personas. Y porque han tenido una confianza ciega y absoluta en mí. Carla, he comido con ella, en su casa, he bailado con ella, me han invitado continuamente al Ballet de la Ópera de Roma. Quien conoce cómo funciona la burocracia en Italia, hacerlo de esa manera significa todo lo que ha apostado por mí«, afirma con un profundo agradecimiento hacia la figura de la prima ballerina Carla Fracci.

Y continúa: «Durante diez años con la Ópera de Roma durante la época de Carla Fracci y todos estos años con la Ópera de Burdeos, ahí estaba todos estos años y en un montón de producciones. Es de las cosas que me hacen sentir bien conmigo mismo y con el trabajo. ¿Por qué? Porque no estamos hablando de directores de compañía cualquiera. Estamos hablando de Carla Fracci, la representante de la danza en Italia. Una persona que sabe y su marido que es muy especial, que sabe más de danza él que ella. Estamos hablando de Charles Jude, una estrella de la Ópera de París, heredero directo de Rudolf Nureyev, una de las personas más importantes de la danza en Francia«.

Una pincelada sobre Carla Fracci. Nacida en Milán, Carla Fracci es considerada una de las grandes prima ballerinas clásicas de mitad del siglo XX. Apodada como `la Eleanora Duse de la danza´, es una de las primeras bailarinas italianas más reconocidas con una amplia trayectoria a sus espaldas. Debutó a los diez años en la escuela de ballet del Teatro de La Scala de Milán bajo las directrices de Vera Volkova, donde se graduó en 1954. Entró a formar parte de la compañía en la que llegó a ser primera bailarina, aunque también desarrolló una carrera internacional en otras formaciones internacionales como The Royal Ballet de Londres, el Stuttgart Ballet y el American Ballet Theatre. Destacan sus interpretaciones en obras como «Romeo y Julieta», «Giselle» y «La Sylphide». Contó con los grandes partenaires de su generación como Rudolf Nureyev, Mikhail Baryshnikov y Erik Bruhn, entre otros. Carla Fracci, que también apareció en la gran pantalla en las películas Nijinsky y Verdi, fue directora del Ballet de Nápoles, el de Verona y del Ballet de la Ópera de Roma. En 2004 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de la FAO.

Tras la representación de «El Pájaro de Fuego» en la que participó Igor Yebra, los saludos finales con Carla Fracci. Roma. © Corrado Maria Falsini.

Haber sido el primer bailarín no ruso al que Yuri Grigorovich permitió interpretar “Iván, el Terrible”, es uno de los grandes hitos profesionales de Igor Yebra

La carrera profesional de Igor Yebra tomó un nuevo cariz cuando comenzó su internacionalización en 1997. Aún siendo un freelance, el artista bilbaíno considera que ha bebido de tres grandes escuelas y cita como sus principales mentores a Charles Jude, gracias al que conoció la escuela francesa, a Carla Fracci, quien le introdujo en la escuela italiana, y a Yuri Grigorovich, quien le mostró las excelencias de la escuela rusa.

“Tengo la suerte de haber trabajado en los tres países que son la cuna y el porqué de la danza clásica: Italia, Francia y Rusia. Encima en esos tres países he estado apadrinado por tres personas que son baluarte de ello. En Rusia, por Yuri Grigorovich. Cuando a él lo despidieron del Bolshoi, lo primero que hizo fue volver a hacer su ‘Romeo y Julieta’ con el Ballet del Kremlin y en el primer bailarín que pensó fue en mí, porque me había visto en la retransmisión del concurso de Maya Plisetskaya. A mí no se me comunicó porque tenía un contrato con el Australian Ballet. A día de hoy, a día de ayer, a día de anteayer, a mí me dices ir a Rusia a comerte un pedazo de pan y hacer el ‘Romeo y Julieta’ de Grigorovich, dejarlo todo y terminar tu vida allí en Rusia haciendo esas locuras, está claro porque no me lo comunicaron: si me conoces un poco, sabes que me voy a ir allí. Si me fui a las Antípodas, imagínate con una cosa que yo amo y adoro. Me hubiera sumergido, es más, a ellos les hubiera fascinado y me hubiera quedado allí. Más tarde se me volvió a invitar de otra manera e hice su ‘Cascanueces’, su ‘Romeo y Julieta’, su ‘Iván el terrible’ y su ‘Corsario’”, explica Igor Yebra.

Precisamente, fue Grigorovich quien le ofreció una de las mayores oportunidades de su trayectoria cuando le permitió que encarnara el rol protagonista de ‘Iván, el Terrible’ (1975), en el Palacio de Congresos del Kremlin. “Para Grigorovich, su obra cumbre es ‘Iván, el Terrible’. Te invita a bailarlo en Moscú, en el Kremlin, ante 6000 personas; nunca un bailarín no ruso ha hecho esto en Rusia; encima te ponen a ensayarlo con Vladimirov  que es quien creó el papel. Si a eso le añades, que el día que llegas, te llevan a su casa y te encuentras a su mujer, una bailarina increíble -Natalia Bessmértnova –, que te estás comiendo unos huevos fritos en su cocinita. A esos huevos fritos, tú no puedes decepcionarles”, ríe. Finalmente, el 16 de enero de 2004, Igor Yebra hizo realidad uno de sus sueños profesionales y se convirtió en el zar Iván, el Terrible, “es dificilísimo tanto técnicamente como desde el punto de vista dramático. Ha sido un honor y una suerte poder trabajar con el propio Grigorovich y con Yuri Vladimirov, que fue quien estrenó el ballet”, aseguró en su debut.

Un poco de historia sobre ‘Iván, el Terrible’. El Teatro Bolshoi de Moscú acogió el 20 de febrero de 1975 el estreno mundial de ‘Iván, el Terrible’, con coreografía de Yuri Grigorovich y música de Sergei Prokofiev. Ballet en dos actos, los roles protagonistas fueron creados por Natalia Bessmértnova en la piel de la zarina Anastasia (1530-1560) y Yuri Vladimirov, encarnando al zar Iván IV (1530-1584).

La idea partió del compositor y director de orquesta Abram Stasevich, quien reordenó la partitura que Prokofiev había creado para la película ‘Iván, el Terrible’ (1942) de Alexander Nevsky. Stasevich le propuso la idea de crear un ballet a Grigorovich, pero no pudo verlo materializado porque falleció antes. Finalmente, Grigorovich encargó al compositor Mikhail Chulaki los arreglos musicales con los que se estrenó con gran éxito el ballet ‘Iván, el Terrible’.

Igor Yebra comenzó su colaboración con el Ballet de la Ópera de Burdeos con la interpretación de este clásico creado por Serge Lifar

Teatros de los cinco continentes han sido el escenario de la dilatada carrera de casi tres décadas de Igor Yebra. Sin embargo, si hay un lugar que ha podido considerar su casa ha sido el Gran Teatro de Burdeos, en cuya compañía de ballet se integró en 2002 y donde ostentó la categoría de ‘étoile’ durante una década, hasta su ‘adieux’ en 2016. Hoy queríamos recuperar el debut de Igor Yebra con el Ballet de la Ópera de Burdeos, en «Ícaro» (1935), con coreografía de Serge Lifar.

«Lo primero que me ofreció Charles Jude fue bailar una cosa muy simbólica para los franceses, ‘Ícaro’, que es un ballet de Serge Lifar que sólo está en el repertorio de las Ópera de París y de Burdeos. Imaginaos cuán difícil de bailar es ese ballet; es más, en Burdeos sólo lo había bailado el propio Charles Jude. Como soy las cosas históricas, no hay cosa más fácil para convencerme que ponerme un caramelo de ésos y, claro, dije que sí», explica Igor Yebra.

Varios instantes de la interpretación de Igor Yebra de «Ícaro», con coreografía de Serge Lifar, en su etapa de estrella del Ballet de la Ópera de Burdeos. © Sigrid Colomyès.

Un poco de historia sobre ‘Ícaro’. Estrenada en la Ópera de París, el 9 de julio de 1935, «Ícaro» es una coreografía de un acto, creada por el ex miembro de los Ballets Russes, Serge Lifar (1905-1986), sobre la leyenda mitológica griega homónima. «En mi ‘Manifeste du Choréographe’ he dicho que el ballet puede existir sin música. Jamás afirmaré que deba, pero, en efecto, en ‘Ícaro’ he prescindido de ella, porque la orquesta de percusión que acompaña a este ballet no da música, sino un ritmo en estado puro. La música que hacía vibrar a todo mi ser, que me inspiraba ideas y sentimientos de danza, me obligaba a truncar movimientos en pleno desarrollo o, al contrario, a prolongar una idea que ya estaba plenamente expresada desde el punto de vista de la danza. Nuestras dos músicas no concordaban. Concedo una neta preferencia al ballet musical, pero ello no me ha impedido prescindir a propósito de la música en ‘Ícaro’. He querido, en suma, poner de relieve todas las posibilidades melódicas internas de la danza», en palabras del propio Lifar sobre los ritmos orquestados por J. E. Szyfer. Los vestuarios y decorados de su estreno fueron realizados por Paul R. Larthe, aunque en la reposición de 1962, la escenografía fue firmada por Pablo Picasso. El mismísimo Serge Lifar bailó este rol protagonista durante veinte años y se convirtió en una seña de identidad de él. Lifar cedió el testigo a Attilio Labis en la reposición de 1962 y, posteriormente, fue un papel interpretado por Charles Jude, director del Ballet de la Ópera de Burdeos (1996-2016). Fueron Attilio Labis y Charles Jude quienes enseñaron este rol a Igor Yebra, después de haberlo aprendido directamente de su creador, Serge Lifar.